jueves, 8 de septiembre de 2011

Reflexiones

No me acuerdo cuando fue la primera vez que viajé en tren, pero si la segunda: regresando de Córdoba después del entierro de mi tío. También recuerdo la tercera, camino a Córdoba para pasar el día con dos amigos: Javier y Ricardo.
Cosas distintas, hechos distintos y ni hablar el ánimo, pero asi y todo esos son los únicos recuerdos que se me vienen a la mente cuando pienso en viajes.
Del tren también tengo recuerdos de más chico, cuando iba a la estación a esperar que llegase mi viejo de Buenos Aires. De ahí me quedó el recuerdo de un olor especial que tienen los trenes y que cada vez que lo siento, me vuelve a la mente mi viejo bajando del tren con su valija de cuero y el regreso a casa pasando por el tunel.
Tampoco recuerdo cuando fue la primera vez que estuve en San Juan. A la Difunta Correa comencé a ir de recién nacido, asi que no está mal no acordarse, aunque también tengo sabores e imágenes que me quedaron en la retina.
Navidades y años nuevos en familia comiendo a poquitos metros de donde la Difunta se rindió y se volvió leyenda... El tiempo quizo que esas fueran algunas de las últimas juntadas familiares y en familia. Peleas, rencores y la vida misma pasaron debajo del puente.
No recuerdo cuando aprendí a pedalear sólo y sin ayudarme de los bastoncitos con rueditas que apuntalaban la bici color azul marino, pero más fresca en la mente tengo las recorridas por los extremos de Villa María con el hermano que no me dió mi vieja, pero que si me lo trajo la vida.
Tardes enteras dando vueltas, conociendo lugares lejanos a nuestras casas, con la única preocupación de no pinchar una goma lejos y tener que volverse a pié.
La mente muchas veces, quizás en la mayoría, se encapricha en hacernos recordar algunos momentos que para muchos pueden parecer insignificantes, pero que para otros pueden ser fundamentales en nuestra vida. Todos esos momentos simples que han dejado huellas en nuestro ser y que, por suerte, no podremos olvidar.
Hace ya mucho que no viajo en tren, pero la imagen del viejo bajando por la escaleríta metálica vuelve a mi toda vez que pasa un tren y deja en el aire ese particular olor.
Esas cosas extrañas de la mente que se niega a dejar de recordar.
A San Juan ahora viajo solo, no consigo acompañantes, pero al viaje lo hago igual porque ése lugar es el que me recuerda a una familia que ya no se parece a lo que fue, a los nonos que en alguna estrella andarán y a la gente que hizo que uno sea lo que es hoy.
Quizás por eso ese Vallecito perdido en el desierto sanjuanino sea mi lugar en el mundo.
La mente tiene esas cosas que no podemos comprender y que algunos intentan atribuirle a un corazón que sólo se limita a pasar sangre, como un peaje del organismo.
En bici ya no ando, pero a mi amigo lo tengo siempre cerca, para acordarse que uno fue pibe hace no mucho y que, al menos en las charlas nunca dejará de serlo, pero tambien para poner el hombro o el oído.
La mente, esa que no nos permite olvidar muchas de aquellas cosas que queremos dejar atrás, (un rencor, un amor no correspondido, una deuda)  pero que tampoco deja que nos abandonen esos momentos en que fuimos felices como para darnos una lección sabia: todo pasa pero sólo algo queda, aquellas pequeñas cosas que nos hicieron estas personas que somos hoy.

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